lunes, 14 de mayo de 2012

La Tienda Escondida

Llevaba horas en aquella posición, contemplando las ondas que formaban los peces de colores al nadar en el estanque. Porque no miraba el agua, limpia y transparente ni los pequeños animales que aleteaban juguetones de lado a lado de la laguna. Simplemente observaba las finas líneas que se dibujaban cada vez que uno de los diminutos pececillos se acercaba con cautela a la superficie.

De vez en cuando extendía el brazo, con la palma abierta, como si quisiera acariciar el invisible escudo protector que su mente imaginaba suspendido a pocos centímetros del lago. Mantenía la mano ahí, durante largos ratos en los que las yemas de sus dedos casi rozaban la superficie. Pero nunca llegaba a tocar el agua. No, eso espantaría a los peces.

La piel azulada resplandecía con la luz del sol de mediodía, que se filtraba zigzagueante a través de las cortinas de la amplia habitación. Era una estancia extraña, al igual que el resto de la tienda. Completamente construida de madera, con aquél enorme lago artificial rodeado de rocas de río justo en medio, donde ella suspiraba por volver a su hogar.

El dueño sabía que necesitaba el agua. Incluso había traído peces para ella, esperando que la hicieran compañía. Pero no era lo mismo. La cadena de metal que la mantenía aprisionada la privaba de toda su energía, de su magia. No podía nadar con grilletes en sus tobillos. No podía caminar, alejarse más de unos metros de la pared.

Los cabellos azulados de la mujer comenzaban a secarse, y sus ojos azules, profundos como el océano, se apagaban poco a poco, igual que el brillo de su piel. Si no podía ser libre, se secaría como una hoja en otoño después de caer. Las náyades no estaban hechas para vivir encerradas en una pecera.

lunes, 19 de marzo de 2012

Romper un Mito

Siempre ha existido esa creencia absurda, ese mito arcano acerca del bien y del mal. Esa insistencia al pensar que todo el mundo guarda en su interior una parte buena y un lado oscuro que luchan entre sí por el total control de una conciencia. La conciencia humana.

¿Quién no ha imaginado alguna vez al pequeño angelito que posa cual modelo escultural en el hombro derecho, susurrando palabras serenas al oído de su huésped mortal? O al demonio del mismo tamaño, que desde el otro lado de la cabeza increpa a su antagonista pavoneándose con sus cuernos afilados y cola rojo carmesí.

Debe de ser esto lo que la gente normal identifica con la moral. La eterna lucha interna para decidir si algo es políticamente correcto o por el contrario una aberración monstruosa producto de los más salvajes instintos.

En realidad, aceptémoslo, todo esto no es más que una tontería poco elaborada que los dibujos animados utilizan como recurso humorístico para divertir a los más pequeños. Ese dios al que tanto adoran, ¿Para qué iba a crear ángeles y demonios tan pequeños? ¿Para jugar a los pin y pon? Para eso tiene al ser humano.

Sin embargo, dicen que siempre hay algo de realidad en los mitos, y este caso no iba a ser una excepción.
Lo descubrió al conocer a Innara.